Novela histórica: Está publicada y en las mejores librerías del país mi novela "El último albéitar templario". Sobre ella, versarán los comentarios y estudios sobre hechos históricos y costumbristas del medievo. Fotografía: Me encantaría que compartiéramos las fotografías que tengo publicadas a través de Flyckr y Picasa, ya que es una de mis aficiones favoritas.
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lunes, 17 de enero de 2011
jueves, 7 de octubre de 2010
LA PORTADA ROMANICA DE LA CATEDRAL DE VALENCIA TIENE LOS MISMOS CANTEROS QUE SAN MIGUEL DE FOCES EN IBIECA (HUESCA)
NOTICIA DE 7 OCTUBRE 2010
PERIODICO: LEVANTE (C. VALENCIANA)
La catedral de Valencia tiene las firmas de los 9 canteros que levantaron una iglesia de Huesca
La catedral de Valencia conserva todavía las firmas medievales de los canteros que iniciaron la construcción de la portada románica en 1262 y que son las mismas que aparecen años antes, entre otras, en la iglesia de Foces, en la localidad oscense de Ibieca, y en la ermita de Salas, en la misma Huesca. Así lo desvela una investigación del canónigo conservador de la Seo, Jaime Sancho, publicada en el número tres de la Revista Catedral de Valencia, presentada ayer.
En esta investigación, Sancho documenta las firmas medievales en la piedra que conserva la portada más antigua de la catedral. "A pesar de la erosión y la sustitución de muchos bloques", precisó Sancho, este portal románico conserva al menos nueve signos lapidarios diferentes: la punta de lanza, la flecha (2 veces), la doble V potenzada (con puntos en los extremos), la A sin traviesa (5 veces), la A cubierta (2 veces), el báculo (2 veces), la estrella de cinco puntas, la W y la cruz potenzada.
Todos estos signos, según ha constatado el propio Sancho en un viaje reciente a Huesca, se hallan también en la iglesia de Foces, consagrada en 1259, y al menos dos de ellos, según afirma el canónigo conservador de la Seo, también se encuentran en la ermita de Salas, y la cruz se halla en las archivoltas de la portada. Ello conduce a Jaime Sancho a sostener que el mismo grupo de canteros trabajaron en las dos obras (Valencia e Ibieca), "seguramente llamados por el mismo Eiximeno de Foces, intendente general del Reino de Valencia desde 1258". Otra semejanza detectada es la forma de las bóvedas de las naves de Foces y la iglesia de San Juan del Hospital, de Valencia, concluida en torno a 1261.
FRAGMENTO DE MI NOVELA "EL ÚLTIMO ALBÉITAR TEMPLARIO" DE NOVIEMBRE 2009:
La ermita de San Miguel de Foces está de Ibieca a…. no lo dice. Voy a recurrir a su página web. Está a 8 kilómetros de Huesca. ¿A cuantos dijimos que está Yéqueda de Huesca? No lo hemos dicho. Lo veo. A 25. ¡Eureka! Lo tenemos. San Miguel está a 33 kilómetros de Yéqueda. ¿Y decís que existía en la época de nuestro veterinario?
-¡Compruébalo tú misma! -pidió Óscar.
-Por supuesto, y no os pongáis nerviosos, yo ya lo estoy por todos. Mira que si es. Servidor, Google, Ermita de San Miguel de Foces, enter. Allá va, cruzad los dedos. Nombre: Ermita de San Miguel de Foces en la población de Ibieca provincia de Huesca. El poblado de Foces tenía un castillo. El nombre de Foces proviene del latín fauces que significa paso estrecho. ¡Cuánta coincidencia! La ermita fue levantada por iniciativa de Don Ximeno de Foces, como panteón familiar en el año 1259. Es decir, que pudo guardarla entre los muros o en algún escondite. San Miguel Arcángel es el encargado de pesar las almas de los difuntos y llevarlas al cielo. Sigue con la descripción de la fachada... y el interior… sepulcros… ¡eso quiere decir posibilidades de escondites!
-¿A qué esperamos para hacer las maletas? –exclamé exultante-. ¡Está ahí! ¡Seguro! Y encima coincide con el tema de los judíos de cuando nuestro albéitar fue a Navarra. Propongo que mañana mismo nos pongamos en marcha.
-Aceptado –aprobó Genaro en nombre de todo el equipo-. Pero no precipitemos las cosas. Hay que ir preparados documental e instrumentalmente. Además, mi chico y yo, y ya os lo advertimos, no pensamos ensuciarnos las manos ni "agachar el lomo", como se dice vulgarmente. Así que, Elvira, piensa si vale la pena que se lo digamos a Pere. Es tu responsabilidad.
Estábamos tan ilusionados que nadie se acordaba de sus dramas personales. Benditas pesquisas. Tan entusiasmados que no continuamos leyendo la página web de San Miguel de Foces, en donde, además de lo que acabábamos de leer, se informaba de que "en su interior, en el muro del crucero está labrado el escudo de los sanjuanistas, consistente en la cruz de ocho puntas, en representación de las ocho bienaventuranzas". Y también que "en la capilla central las columnas son románicas, de delgados fustes y pequeños capiteles recubiertos de follaje, con finas cornisas de media caña, de las que arrancan los arquitos de igual talla que coronan las ventanas ojivales uniéndose en su centro los ocho arcos iluminados por la luz del rosetón". Y hubiéramos leído también que "dispone de un reloj de sol que tenía encima una marca con la cruz de la Orden de Malta, de ocho puntas". Pero si yo hubiera bajado de mi nube, también me habría dado cuenta de que alguien estaba al acecho mientras reíamos y gastábamos bromas.
Lo preparamos todo con la mayor meticulosidad. Pere Santandreu se agregó al equipo, como experto en excavaciones y brazo ejecutor de pico y pala. Localizamos un hostal discreto en Huesca y a los dos días, conteniendo a duras penas el nerviosismo de la espera, con un simple mapa en la mano y una mochila de primeros auxilios arqueológicos, nos dirigimos a Siétamo, a diecisiete kilómetros del desvío para Ibieca. Bastaron seis kilómetros más para llegar al pueblo.
Las casas se divisaban al coronar el último desmonte. Los olivos antañones se metían prácticamente en el casco urbano. Allí mismo, en lo alto de la cuesta, el viajero se encontraba con una flecha que señalaba hacia la ermita de San Miguel de Foces. Era una marca engañosa porque, para llegar a tan singular monumento, había que rebasar el casco urbano de Ibieca.
-Tienen que cruzar el pueblo -nos informó un lugareño-. Una vez en la salida, sigan por el camino que parte de la plaza hacia la izquierda. Si se pierden, pregunten en la casa grande, una blanca con pilastras de ladrillo. Allí les indicarán.
No nos resultó fácil llegar hasta San Miguel. Dimos la vuelta a Ibieca por la parte del mediodía, al otro lado de la vaguada, recorrimos unos cinco kilómetros de mal camino para llegar a la ermita, sólo visible cuando se está cerca de ella, puesto que ocupaba el plano más bajo de la llanura. Pero valió la pena. Incluso suponiendo que no hubiésemos acertado en la "adivinanza", sólo por presenciar la majestuosidad de la ermita en medio de la nada, ya valía la pena el viaje.
La puerta meridional era muy similar a la Puerta del Palau de la catedral de Valencia. Los Foces la mandaron construir a los mismos artistas. La portada constaba de cuatro arcos semicirculares que disimulaban el grueso muro, ricamente bordados en forma de dientes de sierra, en medias cañas y en puntas de diamante, quedando encerrada la arquivolta por una franja que cubría la imposta de sus labrados capiteles de forma corintia, con su ábaco cubierto de hojas de fina labor.
La ermita permanecía cerrada, así que decidimos volver al pueblo, almorzar y familiarizarnos con el entorno y las gentes. No era conveniente levantar alguna sospecha; esa posibilidad jugaba en contra. Preguntamos al primer lugareño con el que nos cruzamos y nos señaló el casino.
La comida era sobria, abundante, aunque tal vez demasiado especiada para nuestro gusto más mediterráneo. El camarero, al observar que no éramos de la zona, nos trajo unas fotocopias sobre la historia de la comarca manchada de aceite. Procedí a leerlas en voz alta, para amenizar los cafés:
«Eximino de Foces, nombrado procurador general del Reino de Valencia en 1258, poseedor de grandes riquezas y poderío, prestó 32.000 sueldos jaqueses al rey Jaime I para la expedición a Tierra Santa, teniendo por este motivo varias villas aragonesas empeñadas por el rey en garantía de esta deuda.
Donó castillo y villa de Foces a los caballeros sanjuanistas para hacer allí un convento. ¿Cuál pudo ser la causa de la donación? Sospechamos que, así como los restos de su antecesor descansaban en el templo de San Juan de Huesca, quiso que sus descendientes fueran guardados por caballeros de la misma ínclita Orden, levantando aquel templo para panteón de familia.
PERIODICO: LEVANTE (C. VALENCIANA)
La catedral de Valencia tiene las firmas de los 9 canteros que levantaron una iglesia de Huesca
La catedral de Valencia conserva todavía las firmas medievales de los canteros que iniciaron la construcción de la portada románica en 1262 y que son las mismas que aparecen años antes, entre otras, en la iglesia de Foces, en la localidad oscense de Ibieca, y en la ermita de Salas, en la misma Huesca. Así lo desvela una investigación del canónigo conservador de la Seo, Jaime Sancho, publicada en el número tres de la Revista Catedral de Valencia, presentada ayer.
En esta investigación, Sancho documenta las firmas medievales en la piedra que conserva la portada más antigua de la catedral. "A pesar de la erosión y la sustitución de muchos bloques", precisó Sancho, este portal románico conserva al menos nueve signos lapidarios diferentes: la punta de lanza, la flecha (2 veces), la doble V potenzada (con puntos en los extremos), la A sin traviesa (5 veces), la A cubierta (2 veces), el báculo (2 veces), la estrella de cinco puntas, la W y la cruz potenzada.
Todos estos signos, según ha constatado el propio Sancho en un viaje reciente a Huesca, se hallan también en la iglesia de Foces, consagrada en 1259, y al menos dos de ellos, según afirma el canónigo conservador de la Seo, también se encuentran en la ermita de Salas, y la cruz se halla en las archivoltas de la portada. Ello conduce a Jaime Sancho a sostener que el mismo grupo de canteros trabajaron en las dos obras (Valencia e Ibieca), "seguramente llamados por el mismo Eiximeno de Foces, intendente general del Reino de Valencia desde 1258". Otra semejanza detectada es la forma de las bóvedas de las naves de Foces y la iglesia de San Juan del Hospital, de Valencia, concluida en torno a 1261.
FRAGMENTO DE MI NOVELA "EL ÚLTIMO ALBÉITAR TEMPLARIO" DE NOVIEMBRE 2009:
La ermita de San Miguel de Foces está de Ibieca a…. no lo dice. Voy a recurrir a su página web. Está a 8 kilómetros de Huesca. ¿A cuantos dijimos que está Yéqueda de Huesca? No lo hemos dicho. Lo veo. A 25. ¡Eureka! Lo tenemos. San Miguel está a 33 kilómetros de Yéqueda. ¿Y decís que existía en la época de nuestro veterinario?
-¡Compruébalo tú misma! -pidió Óscar.
-Por supuesto, y no os pongáis nerviosos, yo ya lo estoy por todos. Mira que si es. Servidor, Google, Ermita de San Miguel de Foces, enter. Allá va, cruzad los dedos. Nombre: Ermita de San Miguel de Foces en la población de Ibieca provincia de Huesca. El poblado de Foces tenía un castillo. El nombre de Foces proviene del latín fauces que significa paso estrecho. ¡Cuánta coincidencia! La ermita fue levantada por iniciativa de Don Ximeno de Foces, como panteón familiar en el año 1259. Es decir, que pudo guardarla entre los muros o en algún escondite. San Miguel Arcángel es el encargado de pesar las almas de los difuntos y llevarlas al cielo. Sigue con la descripción de la fachada... y el interior… sepulcros… ¡eso quiere decir posibilidades de escondites!
-¿A qué esperamos para hacer las maletas? –exclamé exultante-. ¡Está ahí! ¡Seguro! Y encima coincide con el tema de los judíos de cuando nuestro albéitar fue a Navarra. Propongo que mañana mismo nos pongamos en marcha.
-Aceptado –aprobó Genaro en nombre de todo el equipo-. Pero no precipitemos las cosas. Hay que ir preparados documental e instrumentalmente. Además, mi chico y yo, y ya os lo advertimos, no pensamos ensuciarnos las manos ni "agachar el lomo", como se dice vulgarmente. Así que, Elvira, piensa si vale la pena que se lo digamos a Pere. Es tu responsabilidad.
Estábamos tan ilusionados que nadie se acordaba de sus dramas personales. Benditas pesquisas. Tan entusiasmados que no continuamos leyendo la página web de San Miguel de Foces, en donde, además de lo que acabábamos de leer, se informaba de que "en su interior, en el muro del crucero está labrado el escudo de los sanjuanistas, consistente en la cruz de ocho puntas, en representación de las ocho bienaventuranzas". Y también que "en la capilla central las columnas son románicas, de delgados fustes y pequeños capiteles recubiertos de follaje, con finas cornisas de media caña, de las que arrancan los arquitos de igual talla que coronan las ventanas ojivales uniéndose en su centro los ocho arcos iluminados por la luz del rosetón". Y hubiéramos leído también que "dispone de un reloj de sol que tenía encima una marca con la cruz de la Orden de Malta, de ocho puntas". Pero si yo hubiera bajado de mi nube, también me habría dado cuenta de que alguien estaba al acecho mientras reíamos y gastábamos bromas.
Lo preparamos todo con la mayor meticulosidad. Pere Santandreu se agregó al equipo, como experto en excavaciones y brazo ejecutor de pico y pala. Localizamos un hostal discreto en Huesca y a los dos días, conteniendo a duras penas el nerviosismo de la espera, con un simple mapa en la mano y una mochila de primeros auxilios arqueológicos, nos dirigimos a Siétamo, a diecisiete kilómetros del desvío para Ibieca. Bastaron seis kilómetros más para llegar al pueblo.
Las casas se divisaban al coronar el último desmonte. Los olivos antañones se metían prácticamente en el casco urbano. Allí mismo, en lo alto de la cuesta, el viajero se encontraba con una flecha que señalaba hacia la ermita de San Miguel de Foces. Era una marca engañosa porque, para llegar a tan singular monumento, había que rebasar el casco urbano de Ibieca.
-Tienen que cruzar el pueblo -nos informó un lugareño-. Una vez en la salida, sigan por el camino que parte de la plaza hacia la izquierda. Si se pierden, pregunten en la casa grande, una blanca con pilastras de ladrillo. Allí les indicarán.
No nos resultó fácil llegar hasta San Miguel. Dimos la vuelta a Ibieca por la parte del mediodía, al otro lado de la vaguada, recorrimos unos cinco kilómetros de mal camino para llegar a la ermita, sólo visible cuando se está cerca de ella, puesto que ocupaba el plano más bajo de la llanura. Pero valió la pena. Incluso suponiendo que no hubiésemos acertado en la "adivinanza", sólo por presenciar la majestuosidad de la ermita en medio de la nada, ya valía la pena el viaje.
La puerta meridional era muy similar a la Puerta del Palau de la catedral de Valencia. Los Foces la mandaron construir a los mismos artistas. La portada constaba de cuatro arcos semicirculares que disimulaban el grueso muro, ricamente bordados en forma de dientes de sierra, en medias cañas y en puntas de diamante, quedando encerrada la arquivolta por una franja que cubría la imposta de sus labrados capiteles de forma corintia, con su ábaco cubierto de hojas de fina labor.
La ermita permanecía cerrada, así que decidimos volver al pueblo, almorzar y familiarizarnos con el entorno y las gentes. No era conveniente levantar alguna sospecha; esa posibilidad jugaba en contra. Preguntamos al primer lugareño con el que nos cruzamos y nos señaló el casino.
La comida era sobria, abundante, aunque tal vez demasiado especiada para nuestro gusto más mediterráneo. El camarero, al observar que no éramos de la zona, nos trajo unas fotocopias sobre la historia de la comarca manchada de aceite. Procedí a leerlas en voz alta, para amenizar los cafés:
«Eximino de Foces, nombrado procurador general del Reino de Valencia en 1258, poseedor de grandes riquezas y poderío, prestó 32.000 sueldos jaqueses al rey Jaime I para la expedición a Tierra Santa, teniendo por este motivo varias villas aragonesas empeñadas por el rey en garantía de esta deuda.
Donó castillo y villa de Foces a los caballeros sanjuanistas para hacer allí un convento. ¿Cuál pudo ser la causa de la donación? Sospechamos que, así como los restos de su antecesor descansaban en el templo de San Juan de Huesca, quiso que sus descendientes fueran guardados por caballeros de la misma ínclita Orden, levantando aquel templo para panteón de familia.
martes, 3 de agosto de 2010
SANTO DOMINGO DE LA CALZADA: MONASTERIO DE SUSO.
RETAZO DE MI NOVELA: "EL ÚLTIMO ALBÉITAR TEMPLARIO"
-¿Y Radomir?
-No es mala idea –admití sin estar muy segura-. Creo que casi no se vieron las caras el fatídico día en que entregamos las cosas.
-Decidido –aprobó Carmen unilateralmente-. No se hable más. Se lo planteamos y, si acepta, que vaya él.
Le explicamos a Radomir nuestra tesis y los riesgos que podía correr. El rumano aceptó encantado, sobre todo por la confianza que demostrábamos hacia él. Era un hombre inteligente. No hizo falta que le repitiéramos nada. Urdió una estrategia sencilla: dejaría de afeitarse y de cortarse el cabello durante unas semanas. Luego, se desplazaría por transporte público hasta Roncesvalles y desde allí, mezclado con el resto de peregrinos franceses, iría hasta Santiago de Compostela, cumpliendo con todos los requisitos y parando en todos los albergues, incluido, claro estaba, el de Redecilla del Camino. Una mochila y unas buenas zapatillas serían sus únicas compañeras de viaje.
Sin saber si sería una buena estrategia o no, aprobamos por unanimidad poner en práctica la estrategia que el propio Radomir había ingeniado. Se aprendió de memoria todo el recorrido, lo que tenía que hacer para ser un peregrino más y, sobre todo, estudió hasta el más mínimo detalle las fotos de la pila bautismal.
Llegado el día, Radomir subió al autobús y se dejó llevar hasta la Real Colegiata de Roncesvalles. Era lo que menos se podían imaginar los hipotéticos perseguidores. En aquel lugar se sumó al grupo de peregrinos que venían del norte de Europa. No tardó en llegar al Puente de la Rabia de Zubiri. Poco después, pasó por Pamplona y dio gracias a Dios en su catedral. Radomir estaba tan integrado en aquella torre de Babel que formaban los viajeros, que nadie podía sospechar de él. Días más tarde, el grupo cruzó el puente románico de Puente la Reina y Radomir, mientras pisaba las piedras romanas, recordó lo que le habíamos contado de nuestra estancia allí. Al día siguiente, sus compañeros y él llegaron a San Pedro de la Rúa de Estella. Luego, pasaron por Santa María de Eunate y por la catedral de Santa María la Redonda de Logroño. En la capital riojana tuvo que buscar una farmacia. Tenía los pies llenos de ampollas y las ingles escocidas. En la etapa siguiente llegaron a Nájera y visitaron el monasterio de Santa María la Real. De allí, marcharon a Santo Domingo de la Calzada, estuvieron en su catedral y, un día más tarde, visitaron detenidamente los monasterios de Yuso y Suso.
Radomir aprovechó para comprobar si en la minúscula cueva del ermitaño San Millán de la Cogolla había alguna mínima pista o indicio, pero no encontró nada anormal con respecto a lo que se había aprendido de memoria en Miravet.
Viajaba con los cinco sentidos alerta y, en ocasiones, creía que era perseguido. Entonces extremaba las precauciones y agudizaba el instinto de supervivencia, hasta que llegaba a la convicción de que sólo se trataba de meras figuraciones suyas.
Ruta por los Castillos de Aragón (España).
PARCIAL DE MI NOVELA "EL ÚLTIMO ALBÉITAR TEMPLARIO".
-Me parece perfecto. Sois muy inteligentes. Pero ya podéis empezar a pensar en otro lugar. Según lo que me estáis contando, desde luego si vuestro razonamiento es correcto, no será Huesca. Os lo aseguro.
-Yaya, pero qué sabrás tú –bromeé.
Hubo un conato de risas mal disimuladas.
-Hijos, sabe más el diablo por viejo que por diablo –replicó tranquilamente mi abuela, sin inmutarse por el regocijo que habían generado sus palabras-. Ni se os ha pasado por la cabeza pensar, cosa que parece mentira con tanto cerebro sumado, que los sistemas de medición han variado con el tiempo. Y yo no sé de fechas ni de sistemas, pero lo que tengo muy claro es que en esa época y mucho después, las distancias no se medían en kilómetros, sino en leguas y en varas.
-¡Maldita sea! –Genaro se había puesto rojo como un pimiento. En parte por el vino del Priorato y en parte por el despiste-. ¡La abuela tiene razón! ¿Cómo hemos podido ser tan lerdos? ¿Cuántas leguas es un kilómetro, o cuántos kilómetros es una legua?
-Ya lo tengo –exclamó Carmen, que se había ido directa al portátil-. Aquí está. Os leo. La legua es una antigua unidad de longitud que expresa la distancia que un caballo puede andar en una hora.
-¡Joder! ¿Y cuánto es eso? -Genaro estaba ya a un tris de reventar.
-Calma. Todo llega –dijo mi amiga-. La legua se empleó en la antigua Roma, siendo equivalente a tres millas. Esperad un segundo que multiplique. Ya. Una legua son cuatro coma diecinueve kilómetros.
-Adiós, Huesca –se lamentó Óscar-. Abre el mapa. Despliégalo más. Así. ¿Cuánto has dicho?
-No lo he dicho –replicó Carmen-. Ocho por cuatro con diecinueve son 33,52 kilómetros
-Pues sigue igual de fácil –señaló Genaro-. Óscar, tráeme el compás. Marcaré un círculo de 33,52 kilómetros de radio, teniendo como centro a Yéqueda y cualquier población, monasterio o castillo del medioevo que coincida en el recorrido de la cuerda de la circunferencia en el sector sur.
-¡Y un cuerno! –Bramó Carmen-. A ver si te he entendido. El albéitar, con su percherón, hizo un pacto con el diablo, y éste le dejó volar, y con toda la precisión de las actuales tecnologías, dibujó un plano topográfico y midió las distancias de las coordenadas. ¡Menuda se las gastaba el veterinario! Cómo se nota que no estáis familiarizados con la geografía. No os habéis molestado en mirar lo inexactos e incluso erróneos que eran los mapas topográficos de aquella época. Yo he estudiado el de Pizzigano y era de 1424 y el de Fra Mauro, que sirvieron de base para convencer a los Reyes Católicos sobre el viaje de Colón. Bueno, pues los errores que contienen son importantes. ¿Y por qué se producían estos errores? Pues porque tenían que recorrer el terreno por donde se podía. Tened en cuenta los medios tan limitados de que disponían. De hecho, muchas veces las distancias se medían por el tiempo que tardaban y no por la longitud recorrida.
-Carmen, me dejas estupefacta –admití-. Dando por bueno lo que dices, entre otras cosas porque es de una lógica aplastante, ¿con qué criterios sugieres que deberíamos calcular el lugar exacto del escondite de nuestro amigo juguetón?
-Suponiendo que el terreno estuviera totalmente llano y que los caminos por donde se moviera fueran completamente rectos, es decir sin ningún quiebro, curva, terraplén o montículo, la distancia máxima sería la de los famosos 34 kilómetros. Por tanto, el punto que buscamos está dentro del círculo. Para no descartar nada, debemos tener en cuenta cómo es el terreno en la zona y por medio de una simple regla calcularemos el anillo concéntrico a descartar. No olvidemos que iba a caballo, con el percherón. Por lo tanto, tuvo que ir por una carretera o camino existente y no por el monte a través. ¿Por qué? Porque iba cargado con el tesoro y porque estaba solo, y él mismo cuenta lo de los asaltadores de caminos. Así que volvamos a mirar el mapa y partamos de vías existentes entonces, que vayan hacia el sur y estén dentro del círculo.
-Carmen, abre el mapa otra vez por los pliegues de la zona de Huesca –pidió Genaro-. ¿Ya lo tienes? Bien. Céntrate en Yéqueda.
-Veamos –apuntó Carmen-. Desde Yéqueda sólo baja una carretera que antes de llegar a Huesca hace una horquilla de tres ganchos. Uno va hacia Zaragoza, otro hacia Lleida pasando por Barbastro y Monzón, y otro va por dentro de Huesca y acaba confluyendo con el anterior a la entrada de Monzón. Directamente, la opción que va hacia Zaragoza hay que descartarla. Nuestro amigo fue hacia Monzón. Ahora, ¿por cuál de las otras dos opciones nos inclinamos? Debemos tener en cuenta algunas premisas. Primera y muy importante: el camino elegido debía de estar transitado para evitar salteadores y ofrecerle la posibilidad de comer, beber y pernoctar en poblaciones. Tengamos en cuenta lo que transportaba. A mí se me ocurre que debía de ser una carretera que cruzara o bordeara algún río.
-Pues lo tenemos crudo –afirmé yo-. Ambas son cruzadas por los ríos Guatizalema, Flumen y Formiga. Tened en cuenta que las dos carreteras son como un huso, transcurren prácticamente en paralelo y coinciden en ambos extremos.
Genaro carraspeó antes de hablar.
-Pues comprobemos qué poblaciones, castillos, monasterios o ermitas existen de aquella época en cada una de ellas. Por supuesto, dentro del círculo.
-Veamos –dijo Óscar-. Por la carretera de Pertusa y dentro del círculo tenemos a Tecua. Sin embargo, por la carretera de Barbastro hay otras poblaciones: Quicena, Bandalíes, Siétamo, Velillas, Angüés, Ibieca y Liesa; castillos, el de Montearagón, y ermitas, las de San Miguel de Foces y la de Santa María del Monte. Creí que sería más fácil, hay demasiadas probabilidades. ¡La verdad es que estoy hasta los mismísimos de tanta hipótesis!
-Calma, caro mío –le susurró Genaro con voz de enamorado-. Tú mismo te sorprenderás de lo lógicas que son las cosas una vez se conoce su resultado. Es cuestión de perseverar y seguir el propio devenir de la historia. Ella misma te lleva. Elvira, según nuestra teoría, ¿a cuántos kilómetros desde Yéqueda encontraremos nuestro botín?
-A 33 aproximadamente.
-Bien. Conéctame al Mapa interactivo del Ministerio de Fomento y buscaré las distancias desde Yéqueda a cada uno de los lugares que dice Óscar.
-Deja, yo lo saco -dijo Carmen-. Dime, Óscar.
-Quicena.
-Menos de 11, descartada.
-Bandaliés.
-Menos de 16. ¡Vaya selección más mala que has hecho! ¿Es que no sabes ver a simple vista las distancias en un plano?
-¡Pues míralo tú, bonita!
-Trae. Siétamo, Velillas y Liesa están todavía demasiado cerca de Yéqueda. Nos falta Ibieca y Angüés. Bueno, y el castillo y las ermitas. Ibieca y Angüés están a 28 kilómetros, una es un desvío y la otra está en la propia carretera. El castillo está a 8 de Quicena, total a 19, descartado. La ermita de Santa María del Monte está a 4 de Siétamo, que hacen… 21, descartado. La ermita de San Miguel de Foces está de Ibieca a…. no lo dice. Voy a recurrir a su página web. Está a 8 kilómetros de Huesca. ¿A cuantos dijimos que está Yéqueda de Huesca? No lo hemos dicho. Lo veo. A 25. ¡Eureka! Lo tenemos. San Miguel está a 33 kilómetros de Yéqueda. ¿Y decís que existía en la época de nuestro veterinario?
-¡Compruébalo tú misma! -pidió Óscar.
SAN PEDRO DE SIRESA (HUESCA)
PARTE DE LA TRAMA DE MI NOVELA HISTÓRICA: "EL ULTIMO ALBÉITAR TEMPLARIO.
A diferencia de la frivolidad con que estamos destruyendo la tierra, sin razonar ni prevenir, la arquitectura templaria nunca fue librada al azar. ¿Por qué la persistencia en la construcción de edificios octogonales? ¿Es acaso la síntesis entre el cuadrante, símbolo de la tierra, y el círculo, símbolo del cielo? ¿Es un recuerdo nostálgico de su primitiva morada, el Templo de Salomón de Jerusalén, o de los templos musulmanes en los que se inspiró? ¿Es acaso el empleo sistemático de la simbología cabalística del ocho?
Interrogantes aparte, ambas llegamos a la conclusión de que estábamos muy limitadas de información. Sí era cierto que sabíamos los puntos geográficos y los lugares que explorar, pero carecíamos de información exhaustiva para despejar las incógnitas. Ese abanico de conocimientos tan amplio hacía difícil tener una mínima posibilidad de éxito.
Entre el tiempo que invertimos en recabar la información y lo que nos costó preparar las mochilas, tardamos unos días en emprender el viaje. Desaparecimos discretamente y nos dirigimos con el Seat León hacia el monasterio de San Pedro de Siresa.
A poco más de un kilómetro al norte del pueblo de Hecho, en el valle regado por el río Aragón, encontramos el imponente edificio, testigo mudo de los orígenes del Reino de Aragón, enclavado en el casco urbano. Fue una agradable sorpresa comprobar que entre la gente se conservaba todavía la fabla vernácula; el cheso, según nos explicaron.
El actual monasterio guardaba entre sus muros la historia del santuario, que fue fundado en ese mismo solar por el conde carolingio Galindo Aznárez I en el año 833, y posiblemente algo que nos pertenecía aunque no sabíamos qué era.
Nos informó el cura párroco de que en las excavaciones realizadas en el suelo afloraron las paredes del primitivo templo prerrománico y que los hallazgos en el Viejo Aragón han sido constantes, tales como un Cristo románico de un descendimiento en el monasterio de San Pelay de Gavín, otro en San Juan de Matadero y la enorme nave del hospital de Secotor, en el término de Sallent, actualmente en periodo de excavación. Lógicamente tomamos muy buena nota de San Pelay, por si nos fuera de utilidad en el futuro.
No nos interesaban -aunque procuramos disimularlo- las historias que nos contaba don Joaquín sobre el monasterio actual. En cambio, procurábamos sonsacar datos sobre la excavación y hallazgos del antiguo edificio al cura parlanchín, que estaba deseoso de demostrar su erudición.
Nos comentó que don Rafael, el arqueólogo, le había dicho que respondía a la planimetría y proporcionalidad prerrománica y que su construcción, a juzgar por algunos detalles del aparejo, se realizó ya en el siglo XI.
Nos dejó en ascuas lo de los detalles en el aparejo. ¿A qué se referiría don Joaquín? ¿Tendríamos la ocasión de hablar con el tal don Rafael? ¿Sería una ocasión de oro para poder hablar por primera vez con un verdadero experto de los monasterios y ermitas aragoneses románicos? ¿Tendríamos tanta suerte?
SAN MIGUEL DE FOCES (HUESCA),
PARTE DE LA TRAMA DE MI NOVELA HISTÓRICA: "EL ULTIMO ALBÉITAR TEMPLARIO.
-¡Compruébalo tú misma! -pidió Óscar.
-Por supuesto, y no os pongáis nerviosos, yo ya lo estoy por todos. Mira que si es. Servidor, Google, Ermita de San Miguel de Foces, enter. Allá va, cruzad los dedos. Nombre: Ermita de San Miguel de Foces en la población de Ibieca provincia de Huesca. El poblado de Foces tenía un castillo. El nombre de Foces proviene del latín fauces que significa paso estrecho. ¡Cuánta coincidencia! La ermita fue levantada por iniciativa de Don Ximeno de Foces, como panteón familiar en el año 1259. Es decir, que pudo guardarla entre los muros o en algún escondite. San Miguel Arcángel es el encargado de pesar las almas de los difuntos y llevarlas al cielo. Sigue con la descripción de la fachada... y el interior… sepulcros… ¡eso quiere decir posibilidades de escondites!
-¿A qué esperamos para hacer las maletas? –exclamé exultante-. ¡Está ahí! ¡Seguro! Y encima coincide con el tema de los judíos de cuando nuestro albéitar fue a Navarra. Propongo que mañana mismo nos pongamos en marcha.
-Aceptado –aprobó Genaro en nombre de todo el equipo-. Pero no precipitemos las cosas. Hay que ir preparados documental e instrumentalmente. Además, mi chico y yo, y ya os lo advertimos, no pensamos ensuciarnos las manos ni "agachar el lomo", como se dice vulgarmente. Así que, Elvira, piensa si vale la pena que se lo digamos a Pere. Es tu responsabilidad.
Estábamos tan ilusionados que nadie se acordaba de sus dramas personales. Benditas pesquisas. Tan entusiasmados que no continuamos leyendo la página web de San Miguel de Foces, en donde, además de lo que acabábamos de leer, se informaba de que "en su interior, en el muro del crucero está labrado el escudo de los sanjuanistas, consistente en la cruz de ocho puntas, en representación de las ocho bienaventuranzas". Y también que "en la capilla central las columnas son románicas, de delgados fustes y pequeños capiteles recubiertos de follaje, con finas cornisas de media caña, de las que arrancan los arquitos de igual talla que coronan las ventanas ojivales uniéndose en su centro los ocho arcos iluminados por la luz del rosetón". Y hubiéramos leído también que "dispone de un reloj de sol que tenía encima una marca con la cruz de la Orden de Malta, de ocho puntas". Pero si yo hubiera bajado de mi nube, también me habría dado cuenta de que alguien estaba al acecho mientras reíamos y gastábamos bromas.
Lo preparamos todo con la mayor meticulosidad. Pere Santandreu se agregó al equipo, como experto en excavaciones y brazo ejecutor de pico y pala. Localizamos un hostal discreto en Huesca y a los dos días, conteniendo a duras penas el nerviosismo de la espera, con un simple mapa en la mano y una mochila de primeros auxilios arqueológicos, nos dirigimos a Siétamo, a diecisiete kilómetros del desvío para Ibieca. Bastaron seis kilómetros más para llegar al pueblo.
Las casas se divisaban al coronar el último desmonte. Los olivos antañones se metían prácticamente en el casco urbano. Allí mismo, en lo alto de la cuesta, el viajero se encontraba con una flecha que señalaba hacia la ermita de San Miguel de Foces. Era una marca engañosa porque, para llegar a tan singular monumento, había que rebasar el casco urbano de Ibieca.
-Tienen que cruzar el pueblo -nos informó un lugareño-. Una vez en la salida, sigan por el camino que parte de la plaza hacia la izquierda. Si se pierden, pregunten en la casa grande, una blanca con pilastras de ladrillo. Allí les indicarán.
No nos resultó fácil llegar hasta San Miguel. Dimos la vuelta a Ibieca por la parte del mediodía, al otro lado de la vaguada, recorrimos unos cinco kilómetros de mal camino para llegar a la ermita, sólo visible cuando se está cerca de ella, puesto que ocupaba el plano más bajo de la llanura. Pero valió la pena. Incluso suponiendo que no hubiésemos acertado en la "adivinanza", sólo por presenciar la majestuosidad de la ermita en medio de la nada, ya valía la pena el viaje.
La puerta meridional era muy similar a la Puerta del Palau de la catedral de Valencia. Los Foces la mandaron construir a los mismos artistas. La portada constaba de cuatro arcos semicirculares que disimulaban el grueso muro, ricamente bordados en forma de dientes de sierra, en medias cañas y en puntas de diamante, quedando encerrada la arquivolta por una franja que cubría la imposta de sus labrados capiteles de forma corintia, con su ábaco cubierto de hojas de fina labor.
La ermita permanecía cerrada, así que decidimos volver al pueblo, almorzar y familiarizarnos con el entorno y las gentes. No era conveniente levantar alguna sospecha; esa posibilidad jugaba en contra. Preguntamos al primer lugareño con el que nos cruzamos y nos señaló el casino.
La comida era sobria, abundante, aunque tal vez demasiado especiada para nuestro gusto más mediterráneo. El camarero, al observar que no éramos de la zona, nos trajo unas fotocopias sobre la historia de la comarca manchada de aceite. Procedí a leerlas en voz alta, para amenizar los cafés:
«Eximino de Foces, nombrado procurador general del Reino de Valencia en 1258, poseedor de grandes riquezas y poderío, prestó 32.000 sueldos jaqueses al rey Jaime I para la expedición a Tierra Santa, teniendo por este motivo varias villas aragonesas empeñadas por el rey en garantía de esta deuda.
Donó castillo y villa de Foces a los caballeros sanjuanistas para hacer allí un convento. ¿Cuál pudo ser la causa de la donación? Sospechamos que, así como los restos de su antecesor descansaban en el templo de San Juan de Huesca, quiso que sus descendientes fueran guardados por caballeros de la misma ínclita Orden, levantando aquel templo para panteón de familia.
A esto debió de obedecer que no sólo en el crucero, sino también en los lienzos laterales del templo, al hacer la obra se construyeran arcos que, aprovechando el grueso del muro, sirvieran para guardar sepulcros».
jueves, 29 de julio de 2010
ALMANZOR - Abu Amir Muhammad ibn Abi Amir al-Mansur
Biografía de Almanzor (Abi Amir Muhammad)
Almanzor se llamó verdaderamente Abi Amir Muhammad. El nombre de Almanzor es una castellanización del calificativo árabe con que él mismo se rebautizó tras una de sus muchas victorias guerreras: "al-Mansur bi-Allah" (el victorioso de Dios)
Almanzor es uno de esos personajes históricos que ha trascendido al terreno del mito al quedar su huella grabada en el acerbo colectivo.
Y es que Almanzor encarna la virulencia de las frecuentes y encarnizadas guerras de religión del proceso secular llamado "Reconquista" y que protagonizaron ambos bandos: moros y cristianos.
No se va a profundizar aquí en los hechos pormenorizados de la vida de Abi Amir Muhammad "Almanzor". Es sabido que este personaje de raza árabe estudio leyes en Córdoba y fue acercándose a la figura del joven califa Hixem II hasta lograr de él todo poder político del Califato, siendo nombrado "hayib".
También se conocen sus esfuerzos por establecer reformas legislativas y atraerse el afecto y admiración del pueblo llano andalusí gracias a las victorias sobre los cristianos y los botines de guerra llevados a Córdoba tras sus expediciones.
La Guerra Santa
Es precisamente por estas incursiones de castigo y devastación por las que Almanzor es recordado históricamente. Fueron casi sesenta a lo largo de su vida, todas victoriosas, en las que destruyó, entre otras, ciudades tan emblemáticos para los reinos cristianos hispanos como León (984), Barcelona (985) Santiago de Compostela (997) Pamplona (999) y San Millán de la Cogolla (1002).
Por sus firmes creencias religiosas, Almanzor aplicó la idea de guerra santa o yihad con entusiasmo durante toda su vida. Se dice que mandaba recoger el polvo con el que sus ropas quedaban manchadas durante sus incursiones contra los cristianos para ser enterrado con ellas cuando le llegara el último día.
De hecho, se sabe que en su última correría que tenía como objetivo la destrucción de uno de los focos espirituales de la cristiandad hispana, San Millán de la Cogolla, Almanzor se puso a la cabeza de su ejército a pesar de sentirse gravemente enfermo. Corría el año de 1002.
Su salud se deterioró durante esta última campaña y tras quemar el cenobio riojano decidió una apresurada retirada hacia sus bases. Probablemente murió en las cercanías de Bordecórex (sur de Soria) para ser enterrado en Medinaceli, la principal base logística andalusí y cabeza de puente de sus correrías.
Los reinos cristianos suspiraron aliviados con la muerte de Almanzor, que había sido considerado un verdadero azote de Dios. Es significativo que un cronista cristiano de la época celebró su desaparición con la elocuente frase: "fue sepultado en los infiernos".
El legado de Almanzor
La paradoja de la biografía de Almanzor es que siendo un gobernante de una energía poco frecuente y que llevó al Califato a la cima del poder político y militar, sentó las bases para la destrucción definitiva de Al-Andalus.
Al acaparar las riendas del gobierno, que hasta ahora pertenecían a los califas, menoscabó el prestigio de esta figura. Además provocó una verdadera guerra civil entre los partidarios de sus descendientes y los sucesores de Hixem II. Tras su muerte, el Califato de Córdoba se sumió en un continuo proceso de violencia y descomposición hasta su oficial supresión pocos años más tarde (1032).
De haber seguido existiendo un Califato fuerte como el de las décadas centrales del siglo X, los reinos cristianos hubieran visto muy difícil su expansión al sur. Sin embargo, con su pronta desaparición en 1032 y la formación de los pequeños reinos de Taifas, los castigados reinos cristianos pudieron recuperarse y en muy poco tiempo convertirse en una amenaza real para Al-Andalus, que se culminaría con la toma de la emblemática ciudad de Toledo en 1085.
Otro de los históricos errores de Almanzor, y que probablemente cometió por sus creencias y supersticiones religiosas, fue respetar el sepulcro del apóstol Santiago, cuando tomó la ciudad en el año 997.
Si lo hubiera destruido la tumba y hecho desaparecer todo rastro de estas importantísimas reliquias, hubiera cortado la principal arteria dinamizadora de la que se proveía la España cristiana, tanto en el plano espiritual, económico y cultural, que era el Camino de Santiago.
martes, 27 de julio de 2010
sábado, 24 de julio de 2010
El Santo Cáliz de la Catedral de Valencia fue entregado por Alfonso el Magnánimo a cambio de una deuda
Europa Press
Valencia
Actualizado miércoles 21/07/2010 16:00 horasDisminuye el tamaño del texto Aumenta el tamaño del texto
Un estudio revela que el Santo Cáliz llegó a la Catedral de Valencia en el siglo XV como pago de las deudas que Alfonso V 'El Magnánimo' había contraído con la jerarquía eclesiástica.
Ante la imposibilidad del monarca de devolver al cabildo de la Seo los 137.430 sueldos que éste le había prestado para sus campañas militares, el 18 de marzo de 1437 le entregó todas las reliquias que había puesto como aval, entre ellas, el Santo Cáliz que según la tradición empleó Jesucristo en la Última Cena.
Así lo descubre el canónigo archivero bibliotecario de la Catedral, Vicente Pons Alós, quien, en su última investigación, -publicada en el número 2 de la Revista 'Catedral de Valencia'-, desmiente que el Santo Grial fuera un "regalo", como tradicionalmente se pensaba, y asegura que Alfonso V lo tuvo que entregar junto a todo su tesoro en reliquias, después de cinco años en los que le fue imposible devolver el dinero que le prestó el cabildo.
El profesor Pons ha presentado este miércoles estas conclusiones en rueda de prensa junto canónigo Conservador del Patrimonio Artístico y Delegado de Información de la Catedral, Jaime Sancho, autor de otro estudio en la misma revista, que señala las diferencias entre la plegarias eucarísticas de los primeros años del cristianismo y las posteriores que justifican la utilización del cáliz de la Última Cena por los primeros papas del cristianismo.
Preseguidos por Valeriano
En este sentido, Sancho precisa que el Canon Romano de los siglos II y III que utilizaban los papas en la catacumbas de Roma hacía mención expresa a "este mismo preclaro cáliz", en referencia a la copa de la Última Cena, y que a raíz de la persecución del emperador Valeriano fue trasladado a Huesca y luego a Valencia.
Además, los expertos han aprovechado la ocasión para mostrar por primera vez a los medios de comunicación la Capilla del Penitenciario, una construcción gótica de la época del obispo Despont (siglo XIV), que se encuentra cerrada al público y únicamente reservada a estudiosos.
Aquí el canónigo Conservador del Patrimonio Artístico y Delegado de Información de la Catedral ha anunciado tres proyectos en la Seo y aen marcha y pendientes de financiación. El primero de ellos tiene por objeto descubrir el ábside de la Seo, actualmente cubierto por una capa de tejas, un trabajo que implica más demolición que construcción, ha explicado Sancho.
Asimismo, la Catedral prevé llevar a cabo una restauración integral de la capilla barroca de San Pedro, un proyecto que también implica obra nueva, aunque en menor medida que el tercero de los proyectos de la Seo: ampliar su museo a tres plantas, aprovechando la cripta y el piso de arriba, cosa que "triplicaría" su capacidad.
Fotografías inéditas de 1915
Los expertos anunciaron también que la Catedral de Valencia ha adquirido recientemente un total de 15 fotografías inéditas muestran cómo era exterior e interiormente el templo valenciano en 1915, cuando todavía se conservaba el coro que dividía la nave central, así como el retablo que presidía el altar.
Conservadas en cristales estereoscópicos y halladas en una tienda de antigüedades de Barcelona, estas instantáneas fueron tomadas por el médico Francesc Xavier Prés Bartra, pertenecieron al Centre Excursionista de Catalunya y son, junto a los cristales conservados por el que fuera canónigo de la Catedral, Sanchis Sivera, las imágenes más detalladas de la Seo durante los primeros años del siglo XX, que se conservan en el archivo.
"A través de estas fotografías podemos saber qié piezas se perdieron en la Guerra Civil", ha apuntado Pons, quien ha aprovechado para realizar un llamamiento a todos aquellos que dispongan de material fotográfico de la Catedral de Valencia, para que entreguen almenos una copia a la Seo.
El auténtico Santo Grial acabó en la Catedral de Valencia a cambio de un préstamo no devuelto de la Iglesia a Alfonso el Magnánimo.
Valencia, 21 jul (EFE).- El Santo Cáliz llegó a la Catedral de Valencia en el siglo XV de manos de Alfonso V El Magnánimo como pago por las deudas que el monarca había contraído con la jerarquía eclesiástica en sus campañas militares.
Así lo confirma la investigación del archivero bibliotecario de la seo, Vicente Pons, publicada en el último número de la revista "Catedral de Valencia".
El trabajo, que ha sido presentado hoy, aporta nuevos datos sobre la llegada a Valencia del Santo Cáliz en 1437, cuando todavía era propiedad de Alfonso V El Magnánimo.
El monarca, ante la imposibilidad de devolver al cabildo de la Catedral de Valencia los 137.430 sueldos que éste le había prestado para sus campañas, entregó todo el tesoro de reliquias que tenía a la seo, entre ellas el Santo Cáliz que, según la tradición, empleó Jesucristo en la Última Cena, ha explicado Pons.
"El Santo Cáliz no fue un regalo de nadie, sino un depósito del rey Alfonso El Magnánimo", quien mantenía "una deuda de cinco años" que le obligó a entregar su tesoro de reliquias a la Catedral de Valencia, ha precisado.
El archivero ha asegurado que la antigüedad del Cáliz, demostrada a través de la tradición literaria y arqueológica y la continuidad histórica, "no se puede discutir".
Además, estudios arqueológicos recopilados en la revista han demostrado que la copa de ágata que figura en la parte superior del Grial data del siglo I, y que el Canon Romano que los Papas utilizaban en las catacumbas de Roma en los siglos I y II ya hacían mención expresa a "este mismo precario cáliz".
Con esta expresión se aludía la copa de la Última Cena, y que a raíz de la persecución del emperador Valeriano fue trasladada a Huesca y luego a Valencia. EFE
martes, 29 de junio de 2010
San Juan de la Peña
El Monasterio de San Juan de la Peña, situado en Santa Cruz de la Serós, al suroeste de Jaca, Huesca, Aragón (España), fue el monasterio más importante de Aragón en la alta Edad Media.
Cuenta la leyenda, que un joven noble de nombre Voto (en algunas versiones, Oto), vino de caza por estos parajes cuando avistó un ciervo. El cazador corrió tras la presa, pero ésta era huidiza y al llegar al monte Pano, se despeñó por el precipicio. Milagrosamente su caballo se posó en tierra suavemente. Sano y salvo en el fondo del barranco, vio una pequeña cueva en la que descubrió una ermita dedicada a San Juan Bautista y, en el interior, halló el cadáver de un ermitaño llamado Juan de Atarés. Impresionado por el descubrimiento, fue a Zaragoza, vendió todos sus bienes y junto a su hermano Félix se retiró a la cueva, e iniciaron una vida eremítica.
Este sería el inicio del Monasterio del que escribía don Miguel de Unamuno:
...la boca de un mundo de peñascos espirituales revestidos de un bosque de leyenda, en el que los monjes benedictinos, medio ermitaños, medio guerreros, verían pasar el invierno, mientras pisoteaban la nieve jabalíes de carne y hueso, salidos de los bosques, osos, lobos y otros animales salvajes.
Claustro de San Juan de la Peña.Se habitan estas montañas poco después de la invasión musulmana, al construir el castillo de Pano, destruido en el año 734. El origen legendario del Reino de Aragón también encuentra en el monasterio cueva de San Juan de la Peña su propia historia, cuando reunidos los guerreros cristianos junto a Voto y Félix deciden por aclamación nombrar a Garcí Ximénez su caudillo que les conducirá a la batalla por reconquistar tierras de Jaca y Aínsa, lugar éste donde se produjo el milagro de la cruz de fuego sobre la carrasca del Sobrarbe.
Reinando en Pamplona García Íñiguez y Galindo Aznarez I, conde de Aragón, comienzan a favorecer al Monasterio. El rey García Sánchez I concedió a los monjes derecho de jurisdicción, y sus sucesores hasta Sancho el Mayor, continuaron esta política de protección. Allí pasó sus primeros años San Íñigo. En el reinado de Sancho Ramírez de Aragón adquiere su mayor protagonismo llegando a ser panteón de los reyes de Aragón.
Cuenta la leyenda, que un joven noble de nombre Voto (en algunas versiones, Oto), vino de caza por estos parajes cuando avistó un ciervo. El cazador corrió tras la presa, pero ésta era huidiza y al llegar al monte Pano, se despeñó por el precipicio. Milagrosamente su caballo se posó en tierra suavemente. Sano y salvo en el fondo del barranco, vio una pequeña cueva en la que descubrió una ermita dedicada a San Juan Bautista y, en el interior, halló el cadáver de un ermitaño llamado Juan de Atarés. Impresionado por el descubrimiento, fue a Zaragoza, vendió todos sus bienes y junto a su hermano Félix se retiró a la cueva, e iniciaron una vida eremítica.
Este sería el inicio del Monasterio del que escribía don Miguel de Unamuno:
...la boca de un mundo de peñascos espirituales revestidos de un bosque de leyenda, en el que los monjes benedictinos, medio ermitaños, medio guerreros, verían pasar el invierno, mientras pisoteaban la nieve jabalíes de carne y hueso, salidos de los bosques, osos, lobos y otros animales salvajes.
Claustro de San Juan de la Peña.Se habitan estas montañas poco después de la invasión musulmana, al construir el castillo de Pano, destruido en el año 734. El origen legendario del Reino de Aragón también encuentra en el monasterio cueva de San Juan de la Peña su propia historia, cuando reunidos los guerreros cristianos junto a Voto y Félix deciden por aclamación nombrar a Garcí Ximénez su caudillo que les conducirá a la batalla por reconquistar tierras de Jaca y Aínsa, lugar éste donde se produjo el milagro de la cruz de fuego sobre la carrasca del Sobrarbe.
Reinando en Pamplona García Íñiguez y Galindo Aznarez I, conde de Aragón, comienzan a favorecer al Monasterio. El rey García Sánchez I concedió a los monjes derecho de jurisdicción, y sus sucesores hasta Sancho el Mayor, continuaron esta política de protección. Allí pasó sus primeros años San Íñigo. En el reinado de Sancho Ramírez de Aragón adquiere su mayor protagonismo llegando a ser panteón de los reyes de Aragón.
SAN JUAN DE LA PEÑA
INICIO DE MI NOVELA: "EL ÚLTIMO ALBÉITAR TEMPLARIO"
En el monasterio de San Juan de la Peña reinaba un gran revuelo. El prior acababa de recibir a un emisario secreto con la noticia de que el rey de Francia, Felipe IV el Hermoso, había obligado al indigno Papa Clemente a dar a todos los reyes de la Cristiandad la orden de capturar a los templarios, desposeyéndoles de poder y pertenencias; y que Jaime II ya la había emitido.
Era de máxima prioridad salvar ciertas bolsas depositadas hacía décadas por distintos caballeros de la Orden. Ni el rey ni la Inquisición conocían tal hecho, pero su descubrimiento sería cuestión de tiempo en cuanto tomaran posesión del monasterio.
Los templarios y los grandes señores se encontraban en Tierra Santa intentando armar un ejército para la Octava Cruzada y la única persona con rango suficiente para asumir tan grave responsabilidad en el convento era el Donato Ramiro de Yéqueda, hijo bastardo de Berenguer de Cardona. Él debería llevar las bolsas que contenían joyas, monedas y manuscritos secretos a un lugar convenido.
Urgía trazar un plan y ejecutarlo de inmediato. Ramiro tendría que salir con lo mínimo imprescindible y de un modo aparentemente natural y cotidiano, sin levantar sospechas entre las tropas del rey o de la Inquisición, que estaban en camino, o entre las partidas de forajidos, que tanto abundaban por las serranías.
Los monjes decidieron aparentar que la salida del monasterio respondía a las necesidades de instrucción del Donato. Para hacer más verosímil la argucia, sólo llevaría la rutinaria escolta de un soldado profesional y un albéitar.
Guillem de Frades, hermano de oficio de la Orden del Temple, perteneciente a la Preceptoría de Cataluña y Aragón, ejercía el oficio de albéitar y de adiestramiento ecuestre del Donato, y el hermano sargento le instruía en el manejo de la espada y la lanza. De ese modo, el joven caballero podría prometer obediencia según las Reglas Templarias tan pronto como adquiriera la experiencia militar necesaria.
Muy a su pesar, Guillem y el sargento cambiarían el rumbo de la Historia. Plenos de temor y de orgullo por la responsabilidad que acababan de asumir, salieron por la capilla del monasterio, rodeando la gran peña, encaminándose hacia el río Aragón. A la altura de Bernués se dirigieron a poniente, a fin de no coincidir con la llegada inminente de los ejércitos reales y de la Inquisición.
Agonizaba el mes de diciembre del año 1307. El frío era tan intenso que se habían visto en la necesidad de proteger sus cuerpos con varias capas de lana. Con lentitud, avanzaron hacia el sureste y, al anochecer de la cuarta jornada, acamparon a la vista de la inconfundible silueta del castillo de Monzón.
Aquella noche, el albéitar Guillem de Frades se despertó mucho antes del amanecer, desvelado por el cansancio, y observó espantado cómo el sargento, creyendo que los compañeros dormían, hacía unos cortes con su daga en la cara interna de las cinchas del caballo del Donato. Estuvo a punto de gritar, pero su inferioridad ante un soldado profesional acostumbrado a luchar en las cruzadas le aconsejaba callar y mantener los ojos cerrados.
Amaneció con una densa niebla. Después de las oraciones y un escaso desayuno, iniciaron la cabalgada por el angosto sendero de las barranqueras de Monzón. El sargento no perdía de vista la silla y, al notar que ya estaban prácticamente partidas las cinchas, empujó al Donato hasta hacerle girar sobre sí mismo y quedar colgado en el precipicio con un pie enganchado al estribo. El caballo perdió el equilibrio y cayó al vacío, arrastrando consigo al muchacho.
El hermano sargento achacó la caída a la niebla y a la impericia del aprendiz de caballero. Guillem asintió horrorizado ante el fin que previsiblemente le esperaba.
Ni el sargento ni el albéitar conocían el destino al que debían haberse dirigido. Los monjes sólo habían informado de tal extremo al Donato, sobre todo, para salvaguardar los bienes de la codicia del ejército del rey o los asaltadores de caminos. Tampoco disponían de mapa o pliego sobre la ruta o el receptor, por si eran interceptados por el camino.
Guillem sugirió enterrar al joven y regresar a San Juan y el sargento asintió. En el bosquecillo de la barranquera, donde se había descalabrado el pobre Ramiro, sepultaron superficialmente su cadáver y ocultaron el caballo y las alforjas tapándolos con cañas y matorrales. Treparon fatigosamente hasta llegar al camino, montaron y dieron vuelta a las grupas para contar el hecho al prior en San Juan de la Peña.
Durante el regreso, el hermano sargento vigilaba disimuladamente las reacciones del albéitar. Quería cerciorarse de que Guillem no sospechaba nada de lo que realmente hacía sucedido y de que achacaba la desgracia a un fatal accidente. No descubrió ningún indicio de duda en el acompañante, pero eso no le bastó. No había asesinado al Donato para que hubiera uno menos en este mundo; no era esa su intención. Sus planes eran bien distintos. Descartó revelar la verdad para compartir las alforjas con el albéitar o, simplemente, guardar silencio y renunciar a ellas. Total qué le importaba un muerto más. Mientras avanzaban, planeó degollarlo durante la noche. Pensó que sería fácil eliminar a Guillem de Frades, porque no era hombre de armas. Pero no se le ocurrió que el miedo y la astucia pudieran ser también una buena defensa.
Llegó la noche y acamparon. El sargento dejó pasar un par de horas, hasta convencerse de que el albéitar dormía profundamente. Se levantó en silencio y cuando se agachó lo suficiente para rebanar la garganta del dormido, Guillem saltó como un resorte y le clavó su daga en el corazón, dejándolo muerto al instante. El cadáver cayó sobre él y lo dejó inmovilizado. Tardó en reaccionar y quitarse al soldado de encima. Estaba paralizado por el pánico. Nunca antes había matado a un hombre. Jamás había imaginado ver el rostro de la muerte tan de cerca, ese rostro que le miraba con incredulidad, con los ojos espantosamente abiertos. El horror le hizo huir sin mirar atrás, abandonando el cadáver a su suerte. No se molestó en colocarlo en una posición decorosa y mucho menos en darle cristiana sepultura.
Al llegar a las cercanías del monasterio divisó, a escasa distancia, los estandartes del Santo Oficio y de las Huestes Reales que precedían a un ejército considerable. Se encontraban a unas horas de la explanada monacal. Intentó pensar, aunque no le resultaba fácil por las horribles experiencias vividas en tan poco tiempo. Decidió poner una prudente distancia por medio y esperar acontecimientos.
Estuvo escondido una semana entera mientras las Huestes Reales tomaban posesión del monasterio y vio desde su escondite cómo se llevaban presos al prior y a los hermanos de la congregación. Con un miedo atroz huyó a todo galope. Por el camino, mientras dejaba tras de sí leguas y más leguas, tomó la decisión de desenterrar las alforjas y esconderlas en lugares diferentes, ya que sabía que pronto acudirían los buitres carroñeros al festín del Donato y del caballo y quedaría todo expuesto a la vista de cualquier campesino. Era demasiado riesgo tener todas las alforjas juntas y tan mal guardadas.
San Juan de la Peña
REAL MONASTERIO
Cubierto por la enorme roca que le da nombre, el conjunto, que abarca una amplia
cronología que se inicia en el siglo X, aparece perfectamente mimetizado con su excepcional
entorno natural. En su interior destacan la iglesia prerrománica, las pinturas de San Cosme y
San Damián, del siglo XII, el denominado Panteón de Nobles, la iglesia superior, consagrada
en 1094, y la capilla gótica de San Victorián, pero sobre todo sobresale el magnífico claustro
románico, obra de dos talleres diferentes y el Panteón Real, de estilo neoclásico, erigido en
el último tercio del siglo XVIII.
ROYAL MONASTÈRE
L´ensemble, situé sur le surplomb du rocher qui lui donne son nom, comprend une vaste
chronologie qui est entamée dans le Xe siècle, et il est parfaitement intégré dans son
exceptionnel environnement naturel .Dans son intérieur se distinguent l'église préromane, les
peintures de Saint Cosme et de Saint Damian, du XIIe siècle, l'appelé Panthéon des Nobles,
l'église supérieure, consacrée en 1094, et la chapelle gothique de Saint Victorian, mais ressort
surtout le cloître roman magnifique, oeuvre de deux ateliers différents. À tout cela il faut
ajouter d'autres bâtiments postérieurs aux siècles médiévaux, entre lesquels il convient
remarquer le Panthéon Réel, de style néoclassique, érigé dans le dernier tiers du XVIIIe siècle.
ROYAL MONASTERY
Covered by the huge rock that gives it its name, the group, that encompasses a wide
chronology that begins in the 10th century, appears perfectly camouflaged with its
exceptional natural environment. In its interior stands out the pre Romanesque church, the
paintings of San Cosme and San Damián, of the 12th century, the designated Pantheon of
Nobles, the superior church, consecrated in 1094, and the Gothic chapel of San Victorián, but
above all stands out the magnificent Romanesque cloister, work of two different workshops
and the Real Pantheon, of neoclassic style, erected in the last third of the 18th century.
CASTILLO DE MIRAVET
PARCIAL DE MI NOVELA HISTÓRICA: "EL ÚLTIMO ALBEITAR TEMPLARIO"
Camino a Miravet, los recuerdos que se agolpaban en mi cerebro eran demasiado amargos. No lograba relajarme y disfrutar del paisaje que corría en dirección contraria, huyendo de mis sombríos pensamientos.
Seguro que se trataba de algún botiquín de la época de la guerra. Parece mentira que Pere no recuerde la crudeza de la Guerra Civil en nuestra zona, sobre todo en Miravet y Gandesa. O quizá sea una bolsa burda hecha por alguno de nuestros tatarabuelos. O el legado de alguna familia católica que durante la guerra la escondiera para no delatarse ante las Brigadas Anarquistas. Claro, seguro que es eso, pensé mientras adelantaba al enésimo camión. ¿Alforja? ¡Qué raro que se esconda algo así!
De todos modos, y a pesar de la curiosidad que aquel descubrimiento había despertado en mí, no quería olvidar los motivos reales de mi visita: la huida momentánea de Madrid.
Tenía que pensar cómo les contaba a mi yaya y a mi tía lo de Juan sin que se disgustaran. No era necesario que les dijera la verdad con toda su crudeza. Les hablaría de desavenencias y distanciamiento. Me reñirían. Seguro que me reñirían.
Leer el cartel de San Carlos de la Rápita y empezar a subirme la adrenalina fue todo uno. Ahora sí que estaba cerca.
Salí de la autopista por Amposta y me apeteció pasar por el majestuoso puente del Ebro. Al cruzarlo, no pude evitar parar y observar bajo mis pies el manso río por donde navegaron los temibles vikingos para ir a sitiar y devastar Pamplona, remontando el curso del Iratí. Por donde navegaron los esquifes y las chalanas de los musulmanes de al-Andalus, como quedó inmortalizado en el poema épico francés La Chanson de Roland. Por donde entraron las barcas y almadías del rey aragonés Alfonso I el Batallador. Por donde viajaban los reyes musulmanes de la taifa de Zaragoza.
Proseguí. El desvío hacia Mora d'Ebre me indicaba que ya estaba cerca del abrazo y de la regañina de mis yayas.
¿Cuántos mocos y lágrimas habían pasado por la secreta complicidad de la abuela? Mi madre siempre se enfadaba con ella. Decía que me malcriaba en verano y que luego no había modo de enderezarme en invierno.
DESCRIPCIÓN DE MIRAVET:
Miravet se encuentra en el sur de la Ribera, entre las estribaciones de Cardó y Cavalls y el Ebro. Cruzando por la Barca podemos contemplar la panorámica del pueblo entre el paisaje y un frondoso bosque de ribera.
Sobre la roca escarpada, los árabes decidieron establecer la alquería, hoy casco antiguo, y el imponente castillo coronando la peña, convertido por los templarios en su sede tras su conquista, en 1153. El conjunto está considerado uno de los mejores ejemplos de la arquitectura románica, religiosa y militar, de la Orden en todo occidente y es el monumento más visitado de las Terres de l’Ebre. Entre 1307 y 1308 sufrió un largo asedio, a manos de Jaime II, durante el proceso contra los templarios.
Los Almogávares
Los almogávares eran compañías de mercenarios catalanes y aragoneses que durante la Edad Media estuvieron al servicio de los reyes de Aragón que luchaban a cambio del botín en la frontera musulmana. Cuando se terminó la Reconquista, ante la dificultad de mantener tropas mercenarias sin una guerra, Pedro III les envía a Sicilia para defender al nuevo rey: don Fadrique de Aragón, vasallo suyo. Así, la compañía al mando de Roger de Flor, luchan contra los angevinos en las vísperas sicilianas (30 de marzo de 1282), en la que se expulsa a los angevinos de Sicilia; y también contra el papa. En los años siguientes y junto a otras compañías, como las de Bernardo de Rocafort o Berenger de Enteza, conquistaron el sur de Italia y Grecia (Neopatria) llegando a enfrentarse con Bizancio. Su crueldad mercenaria les granjeó muchos odios, y sus líderes fueron asesinados. En 1309 se les unen tropas turcas y comienza a actuar como una república militar independiente, a traves del Consejo de los Doce, cuyo índole representativo fue moldeándose a medida que iban desapareciendo sus jefes como Roger de Flor, Berenguer de Enteza o Berenguer de Rocafort. Esto les valió perder el favor de los reyes aragoneses que en poco tiempo terminarían con estas compañías.
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