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martes, 3 de agosto de 2010

SAN MIGUEL DE FOCES (HUESCA),



PARTE DE LA TRAMA DE MI NOVELA HISTÓRICA: "EL ULTIMO ALBÉITAR TEMPLARIO.


-¡Compruébalo tú misma! -pidió Óscar.
-Por supuesto, y no os pongáis nerviosos, yo ya lo estoy por todos. Mira que si es. Servidor, Google, Ermita de San Miguel de Foces, enter. Allá va, cruzad los dedos. Nombre: Ermita de San Miguel de Foces en la población de Ibieca provincia de Huesca. El poblado de Foces tenía un castillo. El nombre de Foces proviene del latín fauces que significa paso estrecho. ¡Cuánta coincidencia! La ermita fue levantada por iniciativa de Don Ximeno de Foces, como panteón familiar en el año 1259. Es decir, que pudo guardarla entre los muros o en algún escondite. San Miguel Arcángel es el encargado de pesar las almas de los difuntos y llevarlas al cielo. Sigue con la descripción de la fachada... y el interior… sepulcros… ¡eso quiere decir posibilidades de escondites!

-¿A qué esperamos para hacer las maletas? –exclamé exultante-. ¡Está ahí! ¡Seguro! Y encima coincide con el tema de los judíos de cuando nuestro albéitar fue a Navarra. Propongo que mañana mismo nos pongamos en marcha.

-Aceptado –aprobó Genaro en nombre de todo el equipo-. Pero no precipitemos las cosas. Hay que ir preparados documental e instrumentalmente. Además, mi chico y yo, y ya os lo advertimos, no pensamos ensuciarnos las manos ni "agachar el lomo", como se dice vulgarmente. Así que, Elvira, piensa si vale la pena que se lo digamos a Pere. Es tu responsabilidad.

Estábamos tan ilusionados que nadie se acordaba de sus dramas personales. Benditas pesquisas. Tan entusiasmados que no continuamos leyendo la página web de San Miguel de Foces, en donde, además de lo que acabábamos de leer, se informaba de que "en su interior, en el muro del crucero está labrado el escudo de los sanjuanistas, consistente en la cruz de ocho puntas, en representación de las ocho bienaventuranzas". Y también que "en la capilla central las columnas son románicas, de delgados fustes y pequeños capiteles recubiertos de follaje, con finas cornisas de media caña, de las que arrancan los arquitos de igual talla que coronan las ventanas ojivales uniéndose en su centro los ocho arcos iluminados por la luz del rosetón". Y hubiéramos leído también que "dispone de un reloj de sol que tenía encima una marca con la cruz de la Orden de Malta, de ocho puntas". Pero si yo hubiera bajado de mi nube, también me habría dado cuenta de que alguien estaba al acecho mientras reíamos y gastábamos bromas.

Lo preparamos todo con la mayor meticulosidad. Pere Santandreu se agregó al equipo, como experto en excavaciones y brazo ejecutor de pico y pala. Localizamos un hostal discreto en Huesca y a los dos días, conteniendo a duras penas el nerviosismo de la espera, con un simple mapa en la mano y una mochila de primeros auxilios arqueológicos, nos dirigimos a Siétamo, a diecisiete kilómetros del desvío para Ibieca. Bastaron seis kilómetros más para llegar al pueblo.

Las casas se divisaban al coronar el último desmonte. Los olivos antañones se metían prácticamente en el casco urbano. Allí mismo, en lo alto de la cuesta, el viajero se encontraba con una flecha que señalaba hacia la ermita de San Miguel de Foces. Era una marca engañosa porque, para llegar a tan singular monumento, había que rebasar el casco urbano de Ibieca.

-Tienen que cruzar el pueblo -nos informó un lugareño-. Una vez en la salida, sigan por el camino que parte de la plaza hacia la izquierda. Si se pierden, pregunten en la casa grande, una blanca con pilastras de ladrillo. Allí les indicarán.

No nos resultó fácil llegar hasta San Miguel. Dimos la vuelta a Ibieca por la parte del mediodía, al otro lado de la vaguada, recorrimos unos cinco kilómetros de mal camino para llegar a la ermita, sólo visible cuando se está cerca de ella, puesto que ocupaba el plano más bajo de la llanura. Pero valió la pena. Incluso suponiendo que no hubiésemos acertado en la "adivinanza", sólo por presenciar la majestuosidad de la ermita en medio de la nada, ya valía la pena el viaje.

La puerta meridional era muy similar a la Puerta del Palau de la catedral de Valencia. Los Foces la mandaron construir a los mismos artistas. La portada constaba de cuatro arcos semicirculares que disimulaban el grueso muro, ricamente bordados en forma de dientes de sierra, en medias cañas y en puntas de diamante, quedando encerrada la arquivolta por una franja que cubría la imposta de sus labrados capiteles de forma corintia, con su ábaco cubierto de hojas de fina labor.

La ermita permanecía cerrada, así que decidimos volver al pueblo, almorzar y familiarizarnos con el entorno y las gentes. No era conveniente levantar alguna sospecha; esa posibilidad jugaba en contra. Preguntamos al primer lugareño con el que nos cruzamos y nos señaló el casino.

La comida era sobria, abundante, aunque tal vez demasiado especiada para nuestro gusto más mediterráneo. El camarero, al observar que no éramos de la zona, nos trajo unas fotocopias sobre la historia de la comarca manchada de aceite. Procedí a leerlas en voz alta, para amenizar los cafés:

«Eximino de Foces, nombrado procurador general del Reino de Valencia en 1258, poseedor de grandes riquezas y poderío, prestó 32.000 sueldos jaqueses al rey Jaime I para la expedición a Tierra Santa, teniendo por este motivo varias villas aragonesas empeñadas por el rey en garantía de esta deuda.

Donó castillo y villa de Foces a los caballeros sanjuanistas para hacer allí un convento. ¿Cuál pudo ser la causa de la donación? Sospechamos que, así como los restos de su antecesor descansaban en el templo de San Juan de Huesca, quiso que sus descendientes fueran guardados por caballeros de la misma ínclita Orden, levantando aquel templo para panteón de familia.

A esto debió de obedecer que no sólo en el crucero, sino también en los lienzos laterales del templo, al hacer la obra se construyeran arcos que, aprovechando el grueso del muro, sirvieran para guardar sepulcros».

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