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martes, 3 de agosto de 2010

SANTO DOMINGO DE LA CALZADA: MONASTERIO DE SUSO.



RETAZO DE MI NOVELA: "EL ÚLTIMO ALBÉITAR TEMPLARIO"

-¿Y Radomir?


-No es mala idea –admití sin estar muy segura-. Creo que casi no se vieron las caras el fatídico día en que entregamos las cosas.

-Decidido –aprobó Carmen unilateralmente-. No se hable más. Se lo planteamos y, si acepta, que vaya él.


Le explicamos a Radomir nuestra tesis y los riesgos que podía correr. El rumano aceptó encantado, sobre todo por la confianza que demostrábamos hacia él. Era un hombre inteligente. No hizo falta que le repitiéramos nada. Urdió una estrategia sencilla: dejaría de afeitarse y de cortarse el cabello durante unas semanas. Luego, se desplazaría por transporte público hasta Roncesvalles y desde allí, mezclado con el resto de peregrinos franceses, iría hasta Santiago de Compostela, cumpliendo con todos los requisitos y parando en todos los albergues, incluido, claro estaba, el de Redecilla del Camino. Una mochila y unas buenas zapatillas serían sus únicas compañeras de viaje.

Sin saber si sería una buena estrategia o no, aprobamos por unanimidad poner en práctica la estrategia que el propio Radomir había ingeniado. Se aprendió de memoria todo el recorrido, lo que tenía que hacer para ser un peregrino más y, sobre todo, estudió hasta el más mínimo detalle las fotos de la pila bautismal.

Llegado el día, Radomir subió al autobús y se dejó llevar hasta la Real Colegiata de Roncesvalles. Era lo que menos se podían imaginar los hipotéticos perseguidores. En aquel lugar se sumó al grupo de peregrinos que venían del norte de Europa. No tardó en llegar al Puente de la Rabia de Zubiri. Poco después, pasó por Pamplona y dio gracias a Dios en su catedral. Radomir estaba tan integrado en aquella torre de Babel que formaban los viajeros, que nadie podía sospechar de él. Días más tarde, el grupo cruzó el puente románico de Puente la Reina y Radomir, mientras pisaba las piedras romanas, recordó lo que le habíamos contado de nuestra estancia allí. Al día siguiente, sus compañeros y él llegaron a San Pedro de la Rúa de Estella. Luego, pasaron por Santa María de Eunate y por la catedral de Santa María la Redonda de Logroño. En la capital riojana tuvo que buscar una farmacia. Tenía los pies llenos de ampollas y las ingles escocidas. En la etapa siguiente llegaron a Nájera y visitaron el monasterio de Santa María la Real. De allí, marcharon a Santo Domingo de la Calzada, estuvieron en su catedral y, un día más tarde, visitaron detenidamente los monasterios de Yuso y Suso.

Radomir aprovechó para comprobar si en la minúscula cueva del ermitaño San Millán de la Cogolla había alguna mínima pista o indicio, pero no encontró nada anormal con respecto a lo que se había aprendido de memoria en Miravet.

Viajaba con los cinco sentidos alerta y, en ocasiones, creía que era perseguido. Entonces extremaba las precauciones y agudizaba el instinto de supervivencia, hasta que llegaba a la convicción de que sólo se trataba de meras figuraciones suyas.

Ruta por los Castillos de Aragón (España).



PARCIAL DE MI NOVELA "EL ÚLTIMO ALBÉITAR TEMPLARIO".

-Me parece perfecto. Sois muy inteligentes. Pero ya podéis empezar a pensar en otro lugar. Según lo que me estáis contando, desde luego si vuestro razonamiento es correcto, no será Huesca. Os lo aseguro.


-Yaya, pero qué sabrás tú –bromeé.

Hubo un conato de risas mal disimuladas.

-Hijos, sabe más el diablo por viejo que por diablo –replicó tranquilamente mi abuela, sin inmutarse por el regocijo que habían generado sus palabras-. Ni se os ha pasado por la cabeza pensar, cosa que parece mentira con tanto cerebro sumado, que los sistemas de medición han variado con el tiempo. Y yo no sé de fechas ni de sistemas, pero lo que tengo muy claro es que en esa época y mucho después, las distancias no se medían en kilómetros, sino en leguas y en varas.

-¡Maldita sea! –Genaro se había puesto rojo como un pimiento. En parte por el vino del Priorato y en parte por el despiste-. ¡La abuela tiene razón! ¿Cómo hemos podido ser tan lerdos? ¿Cuántas leguas es un kilómetro, o cuántos kilómetros es una legua?

-Ya lo tengo –exclamó Carmen, que se había ido directa al portátil-. Aquí está. Os leo. La legua es una antigua unidad de longitud que expresa la distancia que un caballo puede andar en una hora.

-¡Joder! ¿Y cuánto es eso? -Genaro estaba ya a un tris de reventar.

-Calma. Todo llega –dijo mi amiga-. La legua se empleó en la antigua Roma, siendo equivalente a tres millas. Esperad un segundo que multiplique. Ya. Una legua son cuatro coma diecinueve kilómetros.

-Adiós, Huesca –se lamentó Óscar-. Abre el mapa. Despliégalo más. Así. ¿Cuánto has dicho?

-No lo he dicho –replicó Carmen-. Ocho por cuatro con diecinueve son 33,52 kilómetros

-Pues sigue igual de fácil –señaló Genaro-. Óscar, tráeme el compás. Marcaré un círculo de 33,52 kilómetros de radio, teniendo como centro a Yéqueda y cualquier población, monasterio o castillo del medioevo que coincida en el recorrido de la cuerda de la circunferencia en el sector sur.

-¡Y un cuerno! –Bramó Carmen-. A ver si te he entendido. El albéitar, con su percherón, hizo un pacto con el diablo, y éste le dejó volar, y con toda la precisión de las actuales tecnologías, dibujó un plano topográfico y midió las distancias de las coordenadas. ¡Menuda se las gastaba el veterinario! Cómo se nota que no estáis familiarizados con la geografía. No os habéis molestado en mirar lo inexactos e incluso erróneos que eran los mapas topográficos de aquella época. Yo he estudiado el de Pizzigano y era de 1424 y el de Fra Mauro, que sirvieron de base para convencer a los Reyes Católicos sobre el viaje de Colón. Bueno, pues los errores que contienen son importantes. ¿Y por qué se producían estos errores? Pues porque tenían que recorrer el terreno por donde se podía. Tened en cuenta los medios tan limitados de que disponían. De hecho, muchas veces las distancias se medían por el tiempo que tardaban y no por la longitud recorrida.

-Carmen, me dejas estupefacta –admití-. Dando por bueno lo que dices, entre otras cosas porque es de una lógica aplastante, ¿con qué criterios sugieres que deberíamos calcular el lugar exacto del escondite de nuestro amigo juguetón?

-Suponiendo que el terreno estuviera totalmente llano y que los caminos por donde se moviera fueran completamente rectos, es decir sin ningún quiebro, curva, terraplén o montículo, la distancia máxima sería la de los famosos 34 kilómetros. Por tanto, el punto que buscamos está dentro del círculo. Para no descartar nada, debemos tener en cuenta cómo es el terreno en la zona y por medio de una simple regla calcularemos el anillo concéntrico a descartar. No olvidemos que iba a caballo, con el percherón. Por lo tanto, tuvo que ir por una carretera o camino existente y no por el monte a través. ¿Por qué? Porque iba cargado con el tesoro y porque estaba solo, y él mismo cuenta lo de los asaltadores de caminos. Así que volvamos a mirar el mapa y partamos de vías existentes entonces, que vayan hacia el sur y estén dentro del círculo.

-Carmen, abre el mapa otra vez por los pliegues de la zona de Huesca –pidió Genaro-. ¿Ya lo tienes? Bien. Céntrate en Yéqueda.

-Veamos –apuntó Carmen-. Desde Yéqueda sólo baja una carretera que antes de llegar a Huesca hace una horquilla de tres ganchos. Uno va hacia Zaragoza, otro hacia Lleida pasando por Barbastro y Monzón, y otro va por dentro de Huesca y acaba confluyendo con el anterior a la entrada de Monzón. Directamente, la opción que va hacia Zaragoza hay que descartarla. Nuestro amigo fue hacia Monzón. Ahora, ¿por cuál de las otras dos opciones nos inclinamos? Debemos tener en cuenta algunas premisas. Primera y muy importante: el camino elegido debía de estar transitado para evitar salteadores y ofrecerle la posibilidad de comer, beber y pernoctar en poblaciones. Tengamos en cuenta lo que transportaba. A mí se me ocurre que debía de ser una carretera que cruzara o bordeara algún río.

-Pues lo tenemos crudo –afirmé yo-. Ambas son cruzadas por los ríos Guatizalema, Flumen y Formiga. Tened en cuenta que las dos carreteras son como un huso, transcurren prácticamente en paralelo y coinciden en ambos extremos.

Genaro carraspeó antes de hablar.

-Pues comprobemos qué poblaciones, castillos, monasterios o ermitas existen de aquella época en cada una de ellas. Por supuesto, dentro del círculo.

-Veamos –dijo Óscar-. Por la carretera de Pertusa y dentro del círculo tenemos a Tecua. Sin embargo, por la carretera de Barbastro hay otras poblaciones: Quicena, Bandalíes, Siétamo, Velillas, Angüés, Ibieca y Liesa; castillos, el de Montearagón, y ermitas, las de San Miguel de Foces y la de Santa María del Monte. Creí que sería más fácil, hay demasiadas probabilidades. ¡La verdad es que estoy hasta los mismísimos de tanta hipótesis!

-Calma, caro mío –le susurró Genaro con voz de enamorado-. Tú mismo te sorprenderás de lo lógicas que son las cosas una vez se conoce su resultado. Es cuestión de perseverar y seguir el propio devenir de la historia. Ella misma te lleva. Elvira, según nuestra teoría, ¿a cuántos kilómetros desde Yéqueda encontraremos nuestro botín?

-A 33 aproximadamente.

-Bien. Conéctame al Mapa interactivo del Ministerio de Fomento y buscaré las distancias desde Yéqueda a cada uno de los lugares que dice Óscar.

-Deja, yo lo saco -dijo Carmen-. Dime, Óscar.

-Quicena.

-Menos de 11, descartada.

-Bandaliés.

-Menos de 16. ¡Vaya selección más mala que has hecho! ¿Es que no sabes ver a simple vista las distancias en un plano?

-¡Pues míralo tú, bonita!

-Trae. Siétamo, Velillas y Liesa están todavía demasiado cerca de Yéqueda. Nos falta Ibieca y Angüés. Bueno, y el castillo y las ermitas. Ibieca y Angüés están a 28 kilómetros, una es un desvío y la otra está en la propia carretera. El castillo está a 8 de Quicena, total a 19, descartado. La ermita de Santa María del Monte está a 4 de Siétamo, que hacen… 21, descartado. La ermita de San Miguel de Foces está de Ibieca a…. no lo dice. Voy a recurrir a su página web. Está a 8 kilómetros de Huesca. ¿A cuantos dijimos que está Yéqueda de Huesca? No lo hemos dicho. Lo veo. A 25. ¡Eureka! Lo tenemos. San Miguel está a 33 kilómetros de Yéqueda. ¿Y decís que existía en la época de nuestro veterinario?

-¡Compruébalo tú misma! -pidió Óscar.

SAN PEDRO DE SIRESA (HUESCA)



PARTE DE LA TRAMA DE MI NOVELA HISTÓRICA: "EL ULTIMO ALBÉITAR TEMPLARIO.
A diferencia de la frivolidad con que estamos destruyendo la tierra, sin razonar ni prevenir, la arquitectura templaria nunca fue librada al azar. ¿Por qué la persistencia en la construcción de edificios octogonales? ¿Es acaso la síntesis entre el cuadrante, símbolo de la tierra, y el círculo, símbolo del cielo? ¿Es un recuerdo nostálgico de su primitiva morada, el Templo de Salomón de Jerusalén, o de los templos musulmanes en los que se inspiró? ¿Es acaso el empleo sistemático de la simbología cabalística del ocho?


Interrogantes aparte, ambas llegamos a la conclusión de que estábamos muy limitadas de información. Sí era cierto que sabíamos los puntos geográficos y los lugares que explorar, pero carecíamos de información exhaustiva para despejar las incógnitas. Ese abanico de conocimientos tan amplio hacía difícil tener una mínima posibilidad de éxito.

Entre el tiempo que invertimos en recabar la información y lo que nos costó preparar las mochilas, tardamos unos días en emprender el viaje. Desaparecimos discretamente y nos dirigimos con el Seat León hacia el monasterio de San Pedro de Siresa.

A poco más de un kilómetro al norte del pueblo de Hecho, en el valle regado por el río Aragón, encontramos el imponente edificio, testigo mudo de los orígenes del Reino de Aragón, enclavado en el casco urbano. Fue una agradable sorpresa comprobar que entre la gente se conservaba todavía la fabla vernácula; el cheso, según nos explicaron.

El actual monasterio guardaba entre sus muros la historia del santuario, que fue fundado en ese mismo solar por el conde carolingio Galindo Aznárez I en el año 833, y posiblemente algo que nos pertenecía aunque no sabíamos qué era.

Nos informó el cura párroco de que en las excavaciones realizadas en el suelo afloraron las paredes del primitivo templo prerrománico y que los hallazgos en el Viejo Aragón han sido constantes, tales como un Cristo románico de un descendimiento en el monasterio de San Pelay de Gavín, otro en San Juan de Matadero y la enorme nave del hospital de Secotor, en el término de Sallent, actualmente en periodo de excavación. Lógicamente tomamos muy buena nota de San Pelay, por si nos fuera de utilidad en el futuro.

No nos interesaban -aunque procuramos disimularlo- las historias que nos contaba don Joaquín sobre el monasterio actual. En cambio, procurábamos sonsacar datos sobre la excavación y hallazgos del antiguo edificio al cura parlanchín, que estaba deseoso de demostrar su erudición.

Nos comentó que don Rafael, el arqueólogo, le había dicho que respondía a la planimetría y proporcionalidad prerrománica y que su construcción, a juzgar por algunos detalles del aparejo, se realizó ya en el siglo XI.

Nos dejó en ascuas lo de los detalles en el aparejo. ¿A qué se referiría don Joaquín? ¿Tendríamos la ocasión de hablar con el tal don Rafael? ¿Sería una ocasión de oro para poder hablar por primera vez con un verdadero experto de los monasterios y ermitas aragoneses románicos? ¿Tendríamos tanta suerte?

SAN MIGUEL DE FOCES (HUESCA),



PARTE DE LA TRAMA DE MI NOVELA HISTÓRICA: "EL ULTIMO ALBÉITAR TEMPLARIO.


-¡Compruébalo tú misma! -pidió Óscar.
-Por supuesto, y no os pongáis nerviosos, yo ya lo estoy por todos. Mira que si es. Servidor, Google, Ermita de San Miguel de Foces, enter. Allá va, cruzad los dedos. Nombre: Ermita de San Miguel de Foces en la población de Ibieca provincia de Huesca. El poblado de Foces tenía un castillo. El nombre de Foces proviene del latín fauces que significa paso estrecho. ¡Cuánta coincidencia! La ermita fue levantada por iniciativa de Don Ximeno de Foces, como panteón familiar en el año 1259. Es decir, que pudo guardarla entre los muros o en algún escondite. San Miguel Arcángel es el encargado de pesar las almas de los difuntos y llevarlas al cielo. Sigue con la descripción de la fachada... y el interior… sepulcros… ¡eso quiere decir posibilidades de escondites!

-¿A qué esperamos para hacer las maletas? –exclamé exultante-. ¡Está ahí! ¡Seguro! Y encima coincide con el tema de los judíos de cuando nuestro albéitar fue a Navarra. Propongo que mañana mismo nos pongamos en marcha.

-Aceptado –aprobó Genaro en nombre de todo el equipo-. Pero no precipitemos las cosas. Hay que ir preparados documental e instrumentalmente. Además, mi chico y yo, y ya os lo advertimos, no pensamos ensuciarnos las manos ni "agachar el lomo", como se dice vulgarmente. Así que, Elvira, piensa si vale la pena que se lo digamos a Pere. Es tu responsabilidad.

Estábamos tan ilusionados que nadie se acordaba de sus dramas personales. Benditas pesquisas. Tan entusiasmados que no continuamos leyendo la página web de San Miguel de Foces, en donde, además de lo que acabábamos de leer, se informaba de que "en su interior, en el muro del crucero está labrado el escudo de los sanjuanistas, consistente en la cruz de ocho puntas, en representación de las ocho bienaventuranzas". Y también que "en la capilla central las columnas son románicas, de delgados fustes y pequeños capiteles recubiertos de follaje, con finas cornisas de media caña, de las que arrancan los arquitos de igual talla que coronan las ventanas ojivales uniéndose en su centro los ocho arcos iluminados por la luz del rosetón". Y hubiéramos leído también que "dispone de un reloj de sol que tenía encima una marca con la cruz de la Orden de Malta, de ocho puntas". Pero si yo hubiera bajado de mi nube, también me habría dado cuenta de que alguien estaba al acecho mientras reíamos y gastábamos bromas.

Lo preparamos todo con la mayor meticulosidad. Pere Santandreu se agregó al equipo, como experto en excavaciones y brazo ejecutor de pico y pala. Localizamos un hostal discreto en Huesca y a los dos días, conteniendo a duras penas el nerviosismo de la espera, con un simple mapa en la mano y una mochila de primeros auxilios arqueológicos, nos dirigimos a Siétamo, a diecisiete kilómetros del desvío para Ibieca. Bastaron seis kilómetros más para llegar al pueblo.

Las casas se divisaban al coronar el último desmonte. Los olivos antañones se metían prácticamente en el casco urbano. Allí mismo, en lo alto de la cuesta, el viajero se encontraba con una flecha que señalaba hacia la ermita de San Miguel de Foces. Era una marca engañosa porque, para llegar a tan singular monumento, había que rebasar el casco urbano de Ibieca.

-Tienen que cruzar el pueblo -nos informó un lugareño-. Una vez en la salida, sigan por el camino que parte de la plaza hacia la izquierda. Si se pierden, pregunten en la casa grande, una blanca con pilastras de ladrillo. Allí les indicarán.

No nos resultó fácil llegar hasta San Miguel. Dimos la vuelta a Ibieca por la parte del mediodía, al otro lado de la vaguada, recorrimos unos cinco kilómetros de mal camino para llegar a la ermita, sólo visible cuando se está cerca de ella, puesto que ocupaba el plano más bajo de la llanura. Pero valió la pena. Incluso suponiendo que no hubiésemos acertado en la "adivinanza", sólo por presenciar la majestuosidad de la ermita en medio de la nada, ya valía la pena el viaje.

La puerta meridional era muy similar a la Puerta del Palau de la catedral de Valencia. Los Foces la mandaron construir a los mismos artistas. La portada constaba de cuatro arcos semicirculares que disimulaban el grueso muro, ricamente bordados en forma de dientes de sierra, en medias cañas y en puntas de diamante, quedando encerrada la arquivolta por una franja que cubría la imposta de sus labrados capiteles de forma corintia, con su ábaco cubierto de hojas de fina labor.

La ermita permanecía cerrada, así que decidimos volver al pueblo, almorzar y familiarizarnos con el entorno y las gentes. No era conveniente levantar alguna sospecha; esa posibilidad jugaba en contra. Preguntamos al primer lugareño con el que nos cruzamos y nos señaló el casino.

La comida era sobria, abundante, aunque tal vez demasiado especiada para nuestro gusto más mediterráneo. El camarero, al observar que no éramos de la zona, nos trajo unas fotocopias sobre la historia de la comarca manchada de aceite. Procedí a leerlas en voz alta, para amenizar los cafés:

«Eximino de Foces, nombrado procurador general del Reino de Valencia en 1258, poseedor de grandes riquezas y poderío, prestó 32.000 sueldos jaqueses al rey Jaime I para la expedición a Tierra Santa, teniendo por este motivo varias villas aragonesas empeñadas por el rey en garantía de esta deuda.

Donó castillo y villa de Foces a los caballeros sanjuanistas para hacer allí un convento. ¿Cuál pudo ser la causa de la donación? Sospechamos que, así como los restos de su antecesor descansaban en el templo de San Juan de Huesca, quiso que sus descendientes fueran guardados por caballeros de la misma ínclita Orden, levantando aquel templo para panteón de familia.

A esto debió de obedecer que no sólo en el crucero, sino también en los lienzos laterales del templo, al hacer la obra se construyeran arcos que, aprovechando el grueso del muro, sirvieran para guardar sepulcros».